jueves, 26 de febrero de 2009

EL GRUPO DE RIO

Juan Páez Ávila

A lo largo de nuestra historia republicana en América Latina se han producido alguna guerras suicidas, que no han cambiado para nada las condiciones infrahumanas en que viven las grandes mayorías que pueblan este subcontinente, y que sólo han servido para modificar parcialmente las fronteras, generalmente en pequeños territorios inhóspitos, para enriquecer a unos cuantos vendedores de armas de desecho, dividirnos y sembrar odios irracionales en la conciencia de muchos, que nos alejan de una necesaria integración regional para impulsar el progreso de economías complementarias, que nos permitan acercarnos a los altos niveles de civilización alcanzados por los principales bloques naciones de nuestro tiempo. Y aunque se han dado algunos pasos interesantes y hasta prometedores, como la Comunidad Andina, el MERCOSUR y la integración de Centro América y del Caribe, todavía subsisten serios peligros de que la política integracionista sea sustituida por la hegemonía de las armas, de la guerra fraticida.

Después que el Grupo de Río logró un sorprendente y exitoso acuerdo para frenar la escalada de violencia que amenazaba con desatar una guerra, aunque fuera de opereta, entre Colombia, Ecuador y Venezuela, y retornar la normalidad en las relaciones fraternas de mutuo interés que han existido y deben seguir existiendo entre países vecinos, hermanados por lazos más que históricos, humanos en general, lo pueden convertir en el mejor escenario para contribuir con el gobierno colombiano y la guerrilla a buscar una solución pacífica a la guerra estéril que los enfrenta desde hace varias décadas.
Mientras no se ponga fin a esa confrontación armada en Colombia, los peligros de un enfrentamiento militar entre este país y sus vecinos Ecuador y Venezuela, donde es evidente que buscan refugio los principales jefes de las FARC, estarán presentes, y podríamos volver una situación prebélica en la que las buenas gestiones del Grupo de Río se encuentren ya agotadas o con poca credibilidad, porque las causas que generaron la crisis anterior no hayan sido eliminadas.
Las promesas del Presidente Uribe de no repetir una acción militar que viole la soberanía de Ecuador, para perseguir a los grupos guerrilleros, y las del Presidente Correa, apoyado por el Presidente Chávez, de no permitir en el territorio de ambos países las operaciones de la guerrilla, podrían ser anuladas no sólo por incumplimiento de alguna de las partes, sino también -y ello sería lo más probable e incontenible- si la lucha armada en Colombia continúa y toma otras dimensiones en las que la política sea desbordada por lo militar.
De allí que el Grupo de Río, aunque ha logrado apaciguar los ánimos y el continente democrático se lo agradece y ha celebrado sus buenos oficios, debería asumir, con el beneplácito de los demócratas, las más trascendental e histórica labor: invitar a una reunión extraordinaria y sentar en una mesa de discusión a los más altos representantes del gobierno de Colombia y de las FARC. Ya el Ejército de Liberación Nacional (ELN) ha solicitado su intervención para buscar un acuerdo de paz. Y el Presidente Uribe en una de sus últimas declaraciones, con el sesgo propio de quien aspira un triunfo unilateral, llamó a los guerrilleros a desertar, pero también solicitó un diálogo para buscar la paz definitiva. Si el Grupo de Río interviene, Colombia podría ahorrarse más dolorosos sacrificios humanos y alcanzar la paz, vital para su pueblo y necesaria para sus vecinos.

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