miércoles, 23 de mayo de 2012

BENEDICTO XXVI EN CUBA

Juan Páez Ávila La visita de su Santidad el Papa Benedicto XVI a la Cuba de Raúl Castro, ha dado lugar a diferentes lecturas o interpretaciones, todas desde un punto de vista político, debido a las expectativas que se crearon acerca de la posible influencia que podría tener la palabra del máximo representante de la Iglesia Católica, en el rumbo que ha comenzado a darle el actual Jefe del Estado al régimen comunista impuesto a los cubanos desde hace más de 50 años por la voluntad omnímoda y el poder militar que logró acumular en sus manos el Comandante Fidel Castro. Después que el propio Fidel declaró que el comunismo no sirve ni a Cuba, después del derrumbe del Muro de Berlín y de la Unión Soviética, en cuyo desenlace se le atribuye una determinada influencia espiritual a la visita que hiciera a la Europa de Este, el Papa Juan Pablo II, muchos han pensado que algo parecido podría pasar en la Cuba comunista, después del rotundo fracaso que significa la pobreza que afecta a la mayoría de los cubanos, de la dependencia económica, primero de la Unión Soviética y luego de la Venezuela presidida por Hugo Chávez, por lo que muchos analistas y políticos no se explican cómo se sostiene todavía el gobierno cubano. Sin embargo, pareciera que algunos esperaban y hasta pretendían que Benedicto XVI interviniera abiertamente en la política interna de Cuba y se reuniera con las Damas de Blanco, papel que no corresponde a la Iglesia, por lo que tampoco lo hizo Juan Pablo II en la Europa Comunista. Su mensaje fue, como el de su sucesor, de profundo contenido espiritual, cuya repercusión en la sociedad cubana dependerá más de la fe, la esperanza y la capacidad de lucha de los propios cubanos, por la paz, la reconciliación y la democracia. Cuando su Santidad el Papa Benedicto XVI expresó su convencimiento de que Cuba mira hacia el futuro, no sólo quiso reconocer las reformas que ha introducido Raúl Castro desde que asumió la Jefatura del Estado, sino también estimular a los cubanos a participar y profundizar la lucha por mayores reformas, políticas y sociales, no sólo económicas. El mensaje de la Iglesia Católica debe ser asimilado tanto por los feligreses como por los demócratas cubanos, e incluso latinoamericanos, que creen en los cambios pacíficos y rechazan la violencia. Y aunque no habrá milagros, la fe, la esperanza y la lucha pueden abrir un mejor y próspero futuro a los cubanos.

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