domingo, 12 de diciembre de 2010

BRASIL EMERGENTE

Juan Páez Ávila
La elección de Dilma Rousseff debería garantizarle a Brasil la continuidad de una política de estímulo a la inversión nacional y extranjera, a la educación y a la investigación científica, con un claro apoyo a los grupos de menores ingresos, que incluye a todos los sectores de la nación, y que ha asumido ese país como una razón de Estado para convertirlo en las próximas décadas en una potencia en todos los órdenes de la vida de una república soberana, no sólo en nuestro continente sino en el mundo.
Pero como esta elección no sorprendió a casi nadie, tal vez lo más importante que se pueda reseñar en estos momentos, es que si el electo hubiese sido José Serra, la política sería la misma y la perspectiva potencial y realista de Brasil no sufriría variaciones substanciales, excepto en el estilo personal de cada uno, porque iniciada por el ex-Presidente Cardozo (socialdemócrata) el Presidente Lula (Partido de los Trabajadores) le dio continuidad, a sabiendas de que los resultados obtenidos eran correctos y promisorios.
Dima Rousseff arriba al poder cuando Petrobras acaba de descubrir un gigantesco yacimiento petrolero que elevará las reservas de ese país a 140.000 millones de barriles, lo que convierte a Brasil en el tercero en el mundo, después de Arabia Saudita y Venezuela, con las ventajas que le da la experiencia en la inversión y la reinversión de esa inmensa riqueza, y la política de Estado a la que hicimos referencia en párrafos anteriores. Un país petrolero con clara y común conciencia de lo que debe hacerse con ese producto no renovable, unido a la energía renovable del etanol que produce por millones de toneladas, lo convertirá no sólo en la potencia emergente en el mundo globalizado de este tiempo, sino que también lo consolidará como el epicentro económico y político de América del Sur.
Y para citar un segundo factor de desarrollo, bastaría con mencionar lo que algunos científicos brasileños llaman otra revolución verde lograda por la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa), que puso en producción a sabanas hasta ahora improductivas y Brasil aumentó en los últimos 10 años la producción de 80 a 150 millones de toneladas de trigo, en una región tropical, y otros granos. Será exportador y no importador de alimentos, después de varios gobiernos democráticos que se han alternado en el poder. La revista The Economist registra en su edición del 16 de octubre que en Brasil la producción agrícola, sin contabilizar la pecuaria, creció más del 8 % al año.
Y en relación con la política, Brasil marcará el rumbo democrático de los países de América del Sur, donde la alternabilidad en el poder y el respeto de los Derechos Humanos, la descentralización y la integridad territorial, la cooperación y la solidaridad entre las naciones suramericanas, con alguna prevalencia imperial, que en la práctica puede sustituir parcialmente la tradicional e histórica hegemonía de los Estados Unidos, sin afectar las relaciones con la gran potencia del norte, cuya política de Estado ve con realismo y hasta beneplácito la influencia brasileña en estas latitudes.
Ya es de dominio público que Brasil busca, y en cierto modo avanza en, una salida al Atlántico y al Caribe a través de convenios de mutuos beneficios con sus países vecinos. Apoyada por los Estados Unidos, política que también es del conocimiento no sólo de los líderes latinoamericanos, sino también del mundo en general, la democracia brasileña se hará sentir en América de Sur y hasta es factible que por su independencia de otras potencias se convierta en el timón de la política exterior de esta región. La paz entre las naciones de América del Sur dependerá más de la consolidación de la democracia en la mayoría los países que la integran y de la intervención insoslayable del Brasil emergente.
Dilma Rousseff, al darle continuidad a la política de Estado de sus antecesores Cardozo y Lula, no debería confrontar mayores dificultades en el ejercicio de su mandato, para acelerar el proceso de integración de América del Sur, no sólo impulsada por su potencial económico y en particular sus grandes exportaciones e importaciones, sino también por el manejo inteligente que haga de UNASUR, apoyada en la política histórica, permanente, de ITAMARATY, símbolo y asiento de su Cancillería.
Normalizadas las relaciones diplomáticas y económicas entre Venezuela y Colombia, en las que no son extrañas las sugerencias y recomendaciones directas en lo personal de Lula e indirectas a través de UNASUR, se despeja substancialmente el camino de la integración entre la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y MERCOSUR, si no de la mano, sí estimulada e impulsada por Brasil y sus intereses de nueva potencia, en un mundo de firmes tendencias democráticas, en el que una política autoritaria como la del Comandante Hugo Chávez no encontrará asidero, enfrentada exitosamente, en lo interno, por la amplitud de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD).

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